Exploring Colombia, part 7: Santa Marta III


En este post te relato nuestro último día en Santa Marta, Colombia. Los lugares que visitamos y algún que otro percance que nos sucedió en el balneario.

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“Tener a Veron a mi lado en todo este año ha sido como un bálsamo que ayudó a cerrar mis viejas heridas”.

Salí nuevamente muy temprano a disfrutar del mar, caminar alrededor de la playa es algo que me encanta. Como ya relaté en post anteriores Colombia nos había tratado muy bien durante todo el viaje. No tengo ni una sola queja sobre su gente, realmente los colombianos nos dieron un trato de lo más especial.

Pero siempre existen los momentos en que aprecio mi individualidad. Tener a Veron conmigo en todo este año ha sido como un bálsamo que ayudó a cerrar mis viejas heridas. No me puedo quejar, ella ha hecho lo que pocas mujeres han logrado, cambiar mi percepción de la vida.

Aún así mi soledad es uno de los más grandes tesoros que tengo en esta vida y siempre necesito un tiempo para mi. Aprovechando esos momentos de soledad que requiero me tomé algunas fotos en la playa y paseé por algunas calles.

Este es el testimonio visual de aquel paseo por Santa Marta.

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Con el mar caribeño de fondo.

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Indígena guajira.

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Indígena guajiro.

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¿Qué pensamientos surcarán por la cabeza de aquel hombre?

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Vista frontal del Museo de oro.

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Museo de oro Tayrona.

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Una bella esquina de Santa Marta.

“Jamás encontré una mujer que se acoplara a mi de esa manera, no pensamos exactamente igual pero sí muy parecido. No solemos tener los mismos gustos pero sin embargo nos llevamos muy bien”.

Reunido ya con Verónica nos dispusimos regresar a Barranquilla. Lastimosamente no le fue muy bien entre la comida, la herida que se hizo y los bichos que se alimentaron de ella. eso sí nada de lo descrito le hizo dejar de disfrutar del viaje. Veron es como una niña, se contenta con mucho de lo que ve y se preocupa de poco.

Está en una edad en que los agobios de la vida ya no le hacen mella. Y me alegra muchísimo que sea así. Jamás encontré una mujer que se acoplara a mi de esa manera, no pensamos exactamente igual pero sí muy parecido.

No solemos tener los mismos gustos pero sin embargo nos llevamos muy bien. Fue un gran año conocerla y este viaje a Colombia es la mejor forma de celebrarlo. Mi vida estaba vacía y ella la llenó, entró en mi zona más privada -sin permiso- y lo pintó todo con sus colores, con sus canciones, con su alegría de vivir.

Se volvió, queriéndolo o sin querer, en la luz de mis ojos. Aún con nuestras desavenencias, como toda pareja, Verónica ha significado un cambio en mi manera de ver las cosas. Desde mi problema en Havre mi vida había caído en un hoyo, apartándome de todo el mundo más de lo que solía hacerlo.

Me enclaustré en mis penas y temores aunque algunas personas me ayudaron a consolar esa parte dañada de mi. Veron, con su sencillez y su hermosa sonrisa, prácticamente me exorcizó todo aquello, no más Fer sombrío, serio o triste.

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Santa Marta ha dejado recuerdos muy gratos en mi corazón.

“Lógicamente Veron compró cien mil y una más artesanías de las que ya tenía. Tanto así que empecé a guardar sus cosas en mi maleta ya que no cabía nada más en la suya”.

Ahora yo también tomo la vida como viene sin dejar de ser yo mismo. Como aquél Fernando que fui en los noventas, bueno un tanto más centrado. Y no me avergüenza decir que Verónica es sin duda la mujer a quien más he llegado a amar. Ella se ganó ese título a pulso.

La situación, volviendo al tema, es que el punto más contrario de nuestro viaje es que la comida colombiana no le cae bien a Veron. El exceso de las frituras suelen causarle estragos y la comida que se prepara en Colombia, sin ser mala, sabe muy distinto a la peruana.

En fin, decidimos regresar a Barranquilla que fue donde ella mejor estuvo, para recuperarse y poder finalmente descansar. De allí enrumbaríamos a Cartagena donde poder abordar al avión que nos llevaría al aeropuerto internacional El Dorado; en el que finalmente regresaríamos a Lima.

Lógicamente Veron compró cien mil y una más artesanías de las que ya tenía. Tanto así que empecé a guardar sus cosas en mi maleta ya que no cabía nada más en la suya. Debo decir que en esos momentos yo estaba más que feliz de verla tan contenta.

Después de despedirnos de los dueños del alojamiento subimos al taxi que nos llevaría a visitar un lugar que nos faltaba y partimos. Desde el hotel siempre salíamos hacia la izquierda y nunca lo hicimos por la derecha, pero como era una callecita de una sola vía, el taxi si lo hizo.

Nos dimos cuenta- luego de todo el sufrimiento de Veron y en el último día en Santa Marta– que a unas 5 puertas había un restaurante peruano, El Rocoto.

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¡Vaya momento en que apareciste!

“Pudimos tomarnos varias fotos debido a que hay un muchacho quien se ha hecho famoso por conocerse todos los ángulos de la estatua”.

Finalmente llegamos a nuestro ultimo lugar turístico en Santa Marta. El estadio donde se encuentra la estatua dedicada a uno de los hijos favoritos de Colombia, el futbolista Carlos “el pibe” Valderrama.

En ese lugar -gracias al taxista que gentilmente nos esperó con nuestro equipaje adentro, cosa impensable en Perú. Pudimos tomarnos varias fotos debido a que hay un muchacho quien se ha hecho famoso por conocerse todos los ángulos de la estatua.

Aquél se encarga de tomar fotos a los turistas celebrando con el “pibe”, abrazándolo y mil una cosas más.

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“El pibe”.

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Trepados para la foto.

Finalmente subimos al bus el cual nos llevaría de regreso a la “Arenosa” Barranquilla. Allí en ese el último tramo del recorrido por Colombia pasaron las situaciones más intensas de nuestro viaje.

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Con los rizos de oro.

Continuará…


About Fer

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